miércoles, 22 de diciembre de 2010

Paternidad y virginidad

Texto del Padre Fundador

“La época y crisis de mi adolescencia revisten particular importancia. En primer lugar hay que constatar que mi alma jamás fue rozada por inquietud alguna sexual. Tuve una orientación hacia lo trascendente extraordinariamente fuerte y temprana. Esa orientación fundamental me arraigó muy firmemente en el mundo del más allá; desde la más tierna edad me desprendió tajantemente de todo lo terrenal y sensual, al punto de que ninguna mujer me causó impresión alguna. Jamás me vino a la mente contraer matrimonio. Sencillamente era como si la idea de ser sacerdote hubiera brotado en mí sin estímulo ni influencia exteriores palpables. De ahí que el ideal de la virginidad sea parte principalísima de la estructura de mi ser. ……… Sencillamente yo no admitía en mi cercanía a nadie salvo que fuese absolutamente necesario. Y ello hasta después de mi ordenación sacerdotal, cuando en mí brotó una amplia paternitas, que quería actuar creadoramente en todas partes con amor servicial. Una paternitas que también era suscitada y canalizada creativamente por el prójimo. Casi podría decir que todo lo que había en mí de fuerzas intactas para amar se transformó en amor paternal”.

(Comentarios del Padre Kentenich al ensayo escrito por el Padre Alex Menningen sobre „Fundador y Fundación” [1960] – Ver: Kentenich READER, Tomo 1, Pág. 23 – Raíces de Schoenstatt en la infancia y juventud del P. Kentenich)

Comentario

Podemos pensar fácilmente que nos encontramos ante una paradoja: la virginidad como fuente y origen de la paternidad. Sabemos que los designios del Señor son a veces incomprensibles. Por eso decimos que “Dios escribe derecho sobre renglones torcidos”. En el caso de nuestro Padre Fundador me atrevería a cambiar la frase popular y decir, que “Dios escribe derecho sobre renglones derechos”. Arraigado firmemente en el mundo sobrenatural desde su niñez descubre su vocación al sacerdocio. Escucha aquel clamor de medianoche, que Mateo lanza a las vírgenes que esperan: “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!” (Mat. 25,6). Es así cómo el Fundador sigue los designios del Señor y, libre de toda atadura, se hace en Cristo, el Esposo, padre de pueblos y generaciones. En su actitud sacerdotal de servicio y entrega, ayuda a que la vida del Espíritu nazca y crezca en sus hijos e hijas del Movimiento. Él supo, y así lo anunció, que “la tragedia del tiempo moderno es, en el fondo, la tragedia del padre”. Con su figura paternal quiso regalar a los que Dios le confió una fuerte vivencia filial para que pudiéramos amar a Dios como a nuestro Padre. Como buen pedagogo sabía que “el amor paternal se manifiesta esencialmente como una entrega personal al tú personal, hecho a imagen de Dios; y que tal amor se inclina reverente, con profundo respeto, ante su modo de ser, su destino y su misión personal.” (Mi filosofía de la educación) Nuestro Padre fue un ejemplo vivo del Buen Pastor que vive con los suyos una misteriosa bi-unidad espiritual, en forma semejante a como Cristo vive con su Padre. El carisma de su paternidad, parte esencial de Schoenstatt, nos cuestiona y apremia. Juan Pablo II nos dijo el 20 de septiembre de 1985 que “el carisma de los fundadores se revela como una experiencia del Espíritu, que es trasmitida a los propios discípulos para que ellos la vivan, custodien, profundicen y desarrollen constantemente en comunión y para el bien de toda la Iglesia.”

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