miércoles, 10 de abril de 2013

Participación en la vida gloriosa de Cristo



Tratemos de celebrar la pascua de este año integrando lo que nos recomienda la constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium. Ella se refiere a la fiesta de la pascua llamándola el "misterio de la pascua". Hoy nos abocaremos a esbozar en líneas generales la concepción de liturgia que nos propone esta constitución emanada del santo concilio.

Para ello hay que abrirla y leerla. Y ya en la primera página nos encontramos con sugerencias muy claras y reveladoras. Se nos recuerda, por ejemplo, que Cristo, el Señor, ha cumplido, a través del misterio de la pascua, la obra redentora del género humano y de la perfectísima glorificación del Padre. Luego nos habla sobre qué significa exactamente el misterio pascual: Cristo, el Señor, realizó esta obra de la redención humana principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión. Y unas líneas más abajo repite la misma idea: con su muerte y resurrección, Cristo nos libró del poder de Satanás y nos condujo al reino del Padre. Vale decir que aquí no se hace referencia sólo a la pasión sino también a la resurrección y, con ello, a la glorificación de Cristo.

Se trata, pues, de dos hechos de la redención; de dos, no de uno… No las consideremos como dos realidades simplemente yuxtapuestas y sin conexión entre sí, sino integrando una unidad indisoluble, una "bi-unidad". El proceso de la redención descansa sobre esta santa e indisoluble bi-unidad. De ahí que, en nuestra vida cotidiana, en nuestra vivencia religiosa e, incluso, en las clases de religión, no sólo hay que referirse al misterio de la pasión sino al misterio de la gloria del Señor. Enfoquemos, enseñemos y vivamos ambas realidades a la vez: la teología, la ascética y la pedagogía de la cruz y de la pasión simultáneamente con la teología, la ascética y la pedagogía de su bienaventurada resurrección. Dicho con mayor precisión y, por favor, ténganlo muy en cuenta, no enfoquemos, enseñemos ni vivamos una resurrección que se reduzca sólo a aquella que se producirá hacia el final de nuestra vida. Sí; en aquel día tendrá lugar una perfecta resurrección, por la cual también el cuerpo será asociado a la gloria del Señor resucitado. Pero no olvidemos que ya aquí y ahora, en la tierra, participamos de la vida del Señor glorificado.

Detengámonos un poco en este punto y meditemos sobre nuestra vida concreta. ¿Qué acentos tuvo la piedad aprendida de nuestros padres y abuelos? Hay que admitir con total sinceridad que ese estilo y mentalidad tradicionales giran casi exclusivamente en torno a la cruz. Se hacía hincapié no tanto en una explícita teología de la gloria sino, sobre todo, una teología de la cruz. Se nos presentaba una cruz tan despojada y austera como la que suele colgar en nuestras casas, en nuestras habitaciones. De esa cruz no parece desprenderse ningún destello de gloria. Pero, a la luz de la liturgia, nuestra visión de la obra de la redención tendría que ser muy distinta tal como nos la muestra la constitución Sacrosanctum Concilium

Modelo para nuestra vida no es únicamente la cruz, la pasión de Jesús, sino también su gloriosa resurrección. Al considerar el misterio de la resurrección, no pensemos sólo en que algún día resucitaremos gloriosos sino que ambas realidades, tanto la resurrección como la cruz del Señor, son causa de nuestra redención, de nuestra participación, aquí y ahora, en la vida de dolor, de cruz y de gloria de Jesucristo.

Por eso la constitución Sacrosanctum Concilium nos recuerda que por el bautismo se nos injerta en el misterio pascual en su totalidad: morimos con Cristo, somos sepultados con Cristo y resucitamos con Cristo. No sólo se nos introduce en una misteriosa participación en la pasión sino, al mismo tiempo, en la resurrección y gloria de Jesús. No consideremos a la Pascua únicamente como un recuerdo o rememoración, tal como veníamos haciéndolo hasta ahora. Naturalmente es también una rememoración; es la prueba de la divinidad del Señor y del cristianismo; es el firme cimiento de nuestra fe en Cristo. Pero no olvidemos ahondar más aún en ella y asumirla como un misterio, como un proceso de vida que se hace realidad en nosotros en virtud del bautismo. El bautismo es también imagen del misterio pascual.

Pero lo más importante: la constitución Sacrosanctum Concilium nos advierte con claridad que, cuando pongamos nuestros pensamientos en la resurrección y la gloria, no pensemos solamente en el final de nuestra vida. Al final de nuestro peregrinar por este mundo también nuestro cuerpo participará de la glorificación. Sin embargo, ya aquí en la tierra, podemos participar espiritualmente de la vida de Cristo glorificado; más aún, debemos hacerlo. Tenemos el programa y la tarea de ir desplegando ya aquí, y de manera perfecta, todo lo que entraña esa participación en la vida de Cristo glorificado.

Hilemos un poco más fino en este punto. Los teólogos nos dicen que, después de la muerte, nuestro cuerpo glorioso tendrá las cualidades del cuerpo glorioso del Señor. Por otra parte, las cualidades del cuerpo glorioso del Señor nos dan una vislumbre de las cualidades que recibe nuestra alma gloriosa en virtud del bautismo y la participación en el misterio pascual.

(Tomado de: "Homilía para la comunidad alemana de la parroquia de San Miguel", Milwaukee, 18 de Abril de 1965. Publicado en el libro "Cristo es mi vida" de José Kentenich, Editorial Patris, Santiago de Chile, Págs. 92 y siguientes)

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