miércoles, 22 de mayo de 2013

Con la espada de dolor en su corazón


Con la espada de dolor atravesando su corazón

Por extraordinariamente grande y brillante que fuese en María la luz profética, su fe no fue preservada de las más duras pruebas, sobre todo su fe en la divina Providencia. En su vida, se multiplican los contrastes entre promesa y cumplimiento. Pero ella no se derrumba. Por el contrario, con su fe crece toda su vida sobrenatural, hasta la perfección. En virtud de la promesa, su hijo estaba destinado a asumir el trono de David, su padre, y su reino no debía tener fin (Lc 1,31-33). ¿Y cuál fue la realidad? El niño nace en un pesebre. Tiene que huir de Herodes. De regreso del exilio vive una vida oculta. Escondido como una violeta bajo el seto, vive treinta años la vida de un simple obrero, en un rincón insignificante del mundo, en una casita humilde, sin signos extraordinarios ni milagros. Así se manifiesta la promesa y su cumplimiento. 
Pero la fe de María en su divinidad y en su misión no vacila. La boda de Caná demuestra que su fe, a pesar de una densa e ilimitada oscuridad, no está quebrantada. Nunca ella ha visto a su hijo realizar un milagro. Juan nos llama expresamente la atención sobre esto. Subraya que el milagro en la boda ha sido el primero que ha obrado el Señor. Lo ha hecho a petición de su Madre quien, a pesar de los treinta años de encubrimiento del poder divino de su hijo, estaba convencida de que él, con su palabra, podría transformar el agua en vino.

La prueba de fuego más dura que tuvo que soportar fue junto a la cruz. Aquél, a quien se le había prometido el trono y el señorío, es ahora víctima de las intrigas de sus enemigos. Está colgado del madero vergonzoso de la cruz y muere allí como un criminal. El cielo y la tierra vacilan; María, empero, está de pie. No sólo de pie físicamente, sino también en su fe y por su fe.

San Bernardo lo destaca:

Sólo en María se mantuvo, durante aquellos tres días, la fe de toda la Iglesia. Todos los demás dudaron. Ella, empero, que había concebido por la fe, permaneció firme en la fe.

Silenciosa y fuerte, ella se inclina ante los planes divinos aunque éstos se presenten velados por la oscuridad. De esa manera, hace verdad las palabras de la anunciación: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). La palabra del Señor se había referido a su resurrección al tercer día. Ella cree en eso, aunque todo parezca indicar lo contrario. Por eso, ella no acompaña a las piadosas mujeres que, al amanecer de la mañana de Pascua, van presurosas para ungir el cuerpo del Señor.

Stabat! Siempre, en todo momento, mantuvo su fe en la palabra y en la misión de Cristo. Así es como aparece la imagen de la Mater Credentium, Madre de los creyentes.

Ella aparece en agudo contraste frente al hombre moderno a quien, en innumerables ocasiones, podría aplicársele la reprimenda del Señor: "¡Oh, hombres sin inteligencia y tardos de corazón para creer!» (Lc 24,25). Una gran parte de los cristianos de hoy no está capacitada para enfrentarse con las pruebas a que está sometida la fe en la Providencia.

(Texto tomado de: "Brasilien Terziat", 1952/53. Ver „Dios presente“ – Recopilación de textos sobre la Divina Providencia, Editorial Nueva Patris, Santiago/Chile, 2007, Págs. 210 y ss.)

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