miércoles, 19 de junio de 2013

Vox temporis, vox Dei - Las voces del tiempo


Algunas de las fuentes de conocimiento, por las cuales se puede averiguar el deseo y la voluntad de Dios, son, a saber, las corrientes del tiempo y los acontecimientos mundiales, el rumbo que toma la propia vida ……

Espíritu positivo y espíritu negativo del tiempo

Cuántas veces encontramos en nuestra literatura la expresión: vox temporis vox Dei!, ¡voz del tiempo, voz de Dios! Como explicación, hacemos notar que, en el modo de pensar y de hablar del idioma alemán, se debe distinguir entre el Zeitgeist (el espíritu negativo del tiempo) y Geist der Zeit (el espíritu positivo del tiempo). Partimos de la convicción de que no es el demonio sino Dios el conductor de los tiempos. Dios habla a través del Geist der Zeit, el demonio, a través del Zeitgeist. En el primer caso, se hace referencia al bien; en el segundo, al mal presente en una época, que la remece y que influye en la opinión pública.

La expresión Zeitgeist es usual en su acepción general sólo a partir de Herder (fallecido en 1803). Herder la entiende como "la expresión, presente en todas partes, del pensamiento, voluntad y sentimiento de un período histórico, que forma el modo de pensar y de vivir de los hombres". Con razón, dicen los sociólogos modernos, que la opinión pública así formada es uno de los poderes sociológicos más eficaces.

Cuando nos referimos a la voz de Dios en los acontecimientos del tiempo, estamos muy conscientes de que es muy fácil equivocarse en el discernimiento de los tiempos y que el magisterio de la Iglesia —especialmente en el "siglo sin Dios" (siglo XX)— tiene no sólo el derecho sino la estricta obligación de intervenir en determinadas circunstancias, en forma clarificadora y correctiva o reprobatoria y estimulante. Dado que hoy es tan extraordinariamente grande la confusión espiritual, se necesita no poca valentía para atreverse a zarpar hacia el mar tormentoso o —hablando sin metáforas— a tomar una posición personal ante los candentes interrogantes de la época. Así se entiende por qué muchos católicos prefieren quedarse en la antigua ribera y esperar a que algunos navegantes audaces descubran y hagan viable una ruta segura hacia la otra ribera. De modo que, por lo pronto, se quedan pisando terreno conservador; no se exponen al peligro del error o de la censura eclesiástica.

Si todos, sin excepción, se quedaran en ese terreno, el demonio tendría un juego fácil. Podría rápidamente asegurar su posición y hacerse dueño de la nueva época. Para impedir esto, la bondad de Dios despierta, en todos los tiempos, navegantes intrépidos que, por amor al reino de Dios en este mundo, se exponen valientemente a la tormenta y a la intemperie. No pocas veces pasan por la experiencia que han sufrido antes que ellos, en el transcurso de los siglos, innumerables reformadores. Parece repetirse aquí una determinada constante. Con razón se constata a menudo una triple etapa. Primera: rechazo de las innovaciones; segunda: "déjenlo hacer"; tercera: "ya decíamos que era bueno, que era lo único acertado".

Hay pueblos y naciones que no se cansan de citar la frase: vox populi, vox Dei, voz del pueblo, voz de Dios, para deducir de ahí sus normas. Nosotros, tanto hoy como antes, prestamos atención cuidadosamente a los signos de los tiempos y los interpretamos como indicaciones y deseos divinos. De ahí nuestra consigna contrapuesta: vox temporis, vox Dei, la voz del tiempo, voz de Dios.

Aquel que capta los signos del tiempo como señales de Dios y responde a ellos, parte de la idea de que cada época, en su modalidad específica, es única, tan única como cada personalidad.
En el tiempo está siempre vivo y activo un doble elemento: un elemento metacrónico y uno sincrónico. Por eso, el conocedor y el intérprete de los tiempos encuentra en ellos un terreno familiar y unas voces familiares; pero, simultáneamente, pisa también tierras desconocidas e inexploradas. Estas tierras nuevas son tanto más intransitables y veladas por la oscuridad cuanto más profundas y persistentes son las conmociones de los tiempos. El que vislumbra en ello la tarea especial de contribuir a que Dios sea el Señor de la nueva época y la Virgen, su Señora, está supeditado a abandonar y suprimir valientemente las seguridades que habían determinado, hasta el presente, decisiones y costumbres eclesiales. Pero tiene cuidado de no rechazar todo lo que tenía validez, ayer o anteayer. Es que, en todo tiempo existe un elemento metacrónico. Él lo asume con gran respeto y esmero y lo lleva al día de mañana y de pasado mañana. Pero, además, se experimenta a sí mismo como una persona filialmente confiada en la Providencia, valiente, audaz y llena de fuerzas creadoras, pan anunciar, descubrir y realizar el plan que Dios tiene para los nuevos tiempos.

(Texto tomado de: "Studie", 1956. "Dios presente", José Kentenich, Editorial Nueva Patris, Santiago, 2007, Págs. 287/289)

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