miércoles, 17 de julio de 2013

La Sagrada Escritura, mi libro predilecto


La biblia, la naturaleza y la vida

Tres libros se me presentan y me invitan a una lectura constante: el libro de la naturaleza, la Sagrada Escritura y el libro de mi propia vida.

Avanzo por la naturaleza en primavera, verano, otoño e invierno. Por todos lados descubro huellas de su magnificencia, de su poder y de su bondad. Todo lo grande y hermoso que me salga al paso, dondequiera que yo esté, hace resonar, una y otra vez, esta exclamación de alegría: ¡Así es mi Padre! Detrás de todo está el Dios de la vida. Ese es el Padre Dios de quien me gusta depender. Queremos ser hombres del más allá y no permanecer solamente como hombres del más acá. Queremos profundizar constantemente, en todo, nuestra dependencia del Dios de la vida, del Padre Dios y así ascender hasta él constantemente. Sursum corda! (¡Arriba los corazones!). No sólo contemplarlo en su existencia, sino también haciendo cada vez más nuestra su imagen.

La Sagrada Escritura, mi libro predilecto

¡Cuántas cosas del Padre nos cuenta el Señor! ¡Cuánto nos relata el Antiguo Testamento de las magnificencias del Padre! Debo conocer al Padre, por eso la Sagrada Escritura debe ser mi libro predilecto. Debo conocerlo para poder amarlo. Por un amor filial hacer de ese libro que él, por así decirlo, dictó a los escritores inspirados, mi libro predilecto. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito para que todos los que en él crean no se pierdan, sino que alcancen la vida eterna. ¡Qué amor más grande!

Y, nuevamente, podemos decir que si él nos entregó a su Hijo, el regalo más grande que podía darnos —¿no nos dio todo en su Hijo?— ¿nos querrá dar también entonces las cosas de un orden inferior? ¡Si pudiéramos medir todo lo que Dios da! La cruz y el dolor parecen desmoralizar nuestra naturaleza. Pero, porque viene del Padre, sin lugar a dudas, está pensado para mí como lo mejor. Es necesario encender un fuego contrapuesto de la pradera, de lo contrario, muchas veces nos quebraremos ante las exigencias, las aristas y ángulos de la vida diaria. La naturaleza como tal, muchas veces, no experimenta en forma inmediata el amor del Padre, sino sólo lo áspero en él. Sólo el espíritu de fe puede cavar más hondo. Detrás de toda la miseria debemos ver a Aquel que quiere guiarlo todo para nuestro bien.

Aquí tenemos el segundo libro que nos descubre más y más los rasgos del Padre celestial. Debo, pues, estudiar este libro.

El libro de la propia vida. Veamos la misericordia de Dios en nuestra vida. Quiero entregarles esto como un bien permanente con el que siempre cuenten: la apertura del corazón frente a todas las misericordias del Dios en mi pequeña vida. Muy a menudo el Dios del amor me habla a través de los diversos acontecimientos, pero yo no lo escucho. Con san Agustín decimos: Tú estás junto a mí y en mí. Tú me llamas constantemente, pero yo no te escucho, estoy siempre en el mercado de la vida. Por eso se desdibuja la imagen de Dios en mí.

Cuanto menos se constituya el mundo en torno a nosotros como si fuese Causa Primera, tanto más conscientemente viviré mi dependencia de hijo frente al Padre. Recordemos esa antigua afirmación que habla del frío cósmico y antropológico. El cosmos ha llegado a ser como un bloque de hielo porque, en el pensar, vivir y amar de los hombres, se ha separado del Dios de la vida. El frío cósmico debe volver a ser fuego, calor de ebullición, un fuego cósmico ardiente. Deum quaerere, invenire, diligere in omnibus rebus et hominibus. "Nada ocurre porque sí, todo viene de la bondad de Dios". Y "lo que él quiere y lo que hace, es para salvación y bien eternos".

Miramos una vez más la imagen del Señor. ¿Cómo nos expresa él, en particular, esta dependencia del Padre?".

(Textos tomados de: "Kampf um die wahre Freiheit", 1946. Ver libro „Dios presente“ Recopilación de textos sobre la Divina Providencia, Editorial Nueva Patris, Santiago de Chile, 2007, Págs. 307/309)

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