miércoles, 10 de julio de 2013

Las voces del ser


El orden objetivo del ser
Texto tomado de: "Ehepädagogische Tagung", 1933.

El orden objetivo del ser, tanto en lo natural como en lo sobrenatural, es y debe ser norma también para nuestra forma de vida. Aquí tienen ustedes un principio que impregna toda la dogmática, la moral y la pedagogía…
El indicativo del ser debe llegar a ser el imperativo del deber ser. Su descuido es pecado. O sea: el lenguaje suave, mudo, del orden del ser ha de convertirse para nosotros en un sonoro deber comprometedor. O también, en otras palabras, debo llegar a ser lo que realmente soy.
Cuando trato un objeto en la forma correspondiente a su estructura de ser, cumplo la voluntad de Dios… Si me comporto frente a las cosas de una manera contraria a su sentido natural inmanente y a su estructura de ser, entonces cometo pecado. Dios expresa, a través de sus obras, no sólo sus pensamientos sino también su voluntad.
 

La estructura de ser de las cosas
Texto tomado de: "Marianische Werkzeugsfrömmigkeit", 1944.

Desde siempre ha jugado entre nosotros un papel especial la estructura de ser de las cosas. Continuamente nos hemos preocupado de interrogar e interrogamos acerca de los deseos y de la voluntad de Dios. Hacia esta fuente de conocimiento apunta aquella gran ley que, como un hilo rojo fácilmente reconocible, recorre nuestra santificación de la vida diaria, nuestras costumbres y nuestra pedagogía: ordo essendi est ordo agendi. El orden objetivo de ser es la norma, hasta en los últimos detalles, para nuestro orden total de vida. Y en esto, partimos del pensamiento de que las cosas creadas no sólo son ideas de Dios encarnadas, sino también deseos de Dios. Si concebimos cada cosa creada como una palabra de Dios y sobre Dios, entonces todas las cosas creadas, tanto las naturales como las sobrenaturales, pueden considerarse como un gran álbum de imágenes de Dios, como un libro de lectura sobre él, como una enseñanza viva de Dios, que rara vez nos abandona en nuestra búsqueda de los deseos divinos.
Este pensamiento era sumamente familiar a san Pablo. Por eso denuncia seria y amargamente, a los paganos que se habían fabricado falsos ídolos y llevaban una vida licenciosa. Declara culpable su actuar y su proceder porque, a partir de la creación visible de Dios, ellos debieran haber reconocido sus mandamientos y deseos (cf Rom 1,18-32).

No hay que extrañarse de que, en los tiempos actuales, esta fuente de conocimiento esté cegada para amplios sectores. Donde todo está orientado al movimiento, al dinamismo, a la vida, ya no se tiene sentido para el ser y la estructura de ser de las cosas. Así, es posible que, hasta en círculos católicos, debido a la gran confusión de conceptos y a la multiforme inseguridad de la vida y de sus formas, haya caído en olvido el dejarse orientar, sin vacilaciones, por esta estructura del ser.

Nunca nos hemos cansado de interrogarla; tuvimos que hacerlo, entre otras cosas, también porque, como Familia, hemos contraído sólo los vínculos obligatorios que eran realmente necesarios. Por eso, estábamos especialmente condicionados a adecuar nuestro actuar, nuestras constituciones y costumbres, a esta estructura del ser, hasta en sus ramificaciones más finas.

 

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