miércoles, 4 de septiembre de 2013

Ver lo que otros no ven


El hombre providencialista posee una nueva luz, una nueva fuente de luz; ve muchas cosas que otros no ven; mira al fundamento de las cosas; es un hombre clarividente, capaz de "hacer transparente" todo lo creado, hacer transparente a toda criatura. Veo a través de todas las cosas creadas como a través de una vidriera. Veo detrás de todo al Dios de la vida y la realidad sobrenatural, las disposiciones y conducciones divinas. (…)

Mirando hacia al pasado, si recordamos cómo algunas vivencias no digeridas nos atormentan: eso no debe quedar sin digerir. Todo en nuestra vida debe resonar y desembocar en Dios. ¡Qué gran libertad interior nos da eso! Significa, prácticamente, situarnos desde el punto de vista de Dios. Puedo ver las cosas desde el punto de vista de Dios. ¡Cuán lejos se mira entonces! ¡Cuán interiormente libre soy entonces!

Esto es una tarea de vida en un tiempo que apenas conoce tal grado de providencialismo, en el que los hombres religiosos sólo lo vislumbran en general. En un tiempo así, el hombre está generalmente en peligro de convertirse en un fatalista o en un hombre interiormente endurecido. Dios nunca abandona a quien se ha acostumbrado a este método. Dios nos dice algo en cada pequeñez. Cuando un hombre vive como ermitaño, cuando pocos acontecimientos irrumpen en la vida, entonces, realizar este ejercicio puede resultarle difícil, porque las cosas hablan muy poco. Pero a nosotros, Dios nos habla todo el día por las circunstancias. ¡Cuán felices somos, entonces!

Según san Ignacio, nuestra gran tarea consiste en lo siguiente: «Deum quaerere, invenire, diligere in omnibus rebús et personis». El lenguaje de Dios son las cosas y acontecimientos, sean cuales sean. Yo debo entenderlos y responderles. Ese es el hombre del más allá (el hombre que vive de la fe).

Para repetir otra expresión conocida: el hombre del más allá es capaz de escuchar el saludo de Dios y responder siempre con otro saludo. Si eso se ha internalizado en mi conciencia ¡qué hermoso es saber que Dios me saluda! Yo sólo tengo que responder ese saludo. Puedo hacerlo con el entendimiento, con el corazón, con la voluntad. ¡Dios quiere recibir una respuesta de amor! La altura de nuestra vida espiritual podemos medirla en esto, en cuánto nos demoramos en adoptar esta actitud después de algún acontecimiento. Si ésta es la primera reacción, entonces ¡cuán sobrenaturales hemos llegado a ser! Si, frente a golpes del destino, la reacción es: "Dios sabrá por qué lo hace o permite", si es ésta la primera reacción, entonces, visto sicológicamente ¡cuánto ha penetrado ya la fe en mi subconsciente!

Porque Dios habla, hoy, en forma tan potente el lenguaje de las cosas y los acontecimientos, porque Dios se hace, hoy, tan perceptible, por eso estamos obligados a escucharlo. El hombre terreno se quiebra ante los problemas del más acá. La tierra ha sido separada del cielo, por eso se hizo infierno. Conscientemente, la tierra se ha separado del cielo: una tierra que quería, sin cielo, convertirse en paraíso. ¿Y el resultado? Llegó a ser un infierno. ¿Cómo volverá a ser un trozo de paraíso? Buscando la unión con el más allá.

Recuerden esa hermosa expresión que me acompañó personalmente, en Dachau, en todos los acontecimientos: Dios debe ser visto como un Padre. La Sagrada Escritura lo muestra incluso como una madre. Una madre no se olvida de su hijo. Una madre está siempre dispuesta a prepararle los mejores pañales a su hijo. Así debo estar yo convencido de que, venga lo que venga, un Padre Dios, que también es madre para mí, me ha preparado los mejores pañales, también si estos pañales tuviesen espinas y cardos.

Una fe que haya pasado al sentimiento contiene la convicción inconmovible: venga lo que venga, siempre será lo mejor para mí. El hombre del más allá es un hombre extremadamente clarividente.

(Texto tomado de: "Kampf um die wahre Freiheit", 1946. Ver "Dios Padre", Editorial Nueva Patris, Santiago de Chile, 2007)

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