miércoles, 18 de diciembre de 2013

Aseméjanos a tu imagen (2)


María: nuestro ideal

Si pensamos en la imagen de la Santísima Virgen, tenemos que decir y sostener que ella fue y permaneció libre del pecado original y de la más triste de sus consecuencias: la escisión interior; lo que llamamos concupiscencia, la concupiscencia enfermiza. El apetito concupiscible permaneció en ella, tal como en Cristo, pero no era concupiscencia maligna: "Todo lo viejo ha pasado". Así como María fue creada y pensada por Dios en esta situación excepcional, así también seremos nosotros un día. Esta es la meta a la que aspiramos. ¡Aseméjanos a tu imagen! ¡Queremos reflejarnos en tu imagen! Así como el pecado original nunca te tocó y su consecuencia más triste permaneció lejos de ti, así también la misma gracia que a ti te hizo libre, con el tiempo debería librarme a mí cada vez más, hasta alguna vez en el cielo llegar a encarnar de la forma más perfecta posible esa imagen: tu imagen.

San Pablo profundiza su pensamiento predilecto en otro pasaje. Para comprender mejor debemos recordar que su tarea de vida consistía en procurar que para hacerse cristiano no fuera preciso hacerse antes judío. Por eso la enérgica afirmación: en Cristo Jesús ―se trata siempre del mismo pensamiento medular― no tienen valor ni la circuncisión ―como lo exigían los judíos― ni la no-circuncisión. Lo único que cuenta es ser en Cristo Jesús. (Cf. Rom 8,1.2.10; 1Cor 1,30; 7,19; 2Cor 5,17; Gal 3,27.28; 5,6; 6,15; Col 2,6-12).

María: criatura del paraíso

Con el transcurso del tiempo, aplicando este gran pensamiento "en Cristo Jesús" a la imagen de la Santísima Virgen, se acuñó la siguiente expresión: durante toda su vida la Santísima Virgen fue por antonomasia la singular criatura paradisíaca. El cardenal Faulhaber formuló en el mismo sentido la hermosa expresión: ella es la única reliquia del paraíso. Si quisiéramos ponderar este concepto con mayor exactitud, deberíamos mostrar también cómo en cierto sentido ella era aún más perfecta ―de todos modos distinta― mejor y más espléndidamente dotada que Adán y Eva en el paraíso.

¡Criatura del paraíso, reliquia del paraíso! Ella es más que la criatura del paraíso per eminentiam, de modo extraordinario; ella es también la puerta del paraíso. Puerta es un acceso que debe ser abierto cuando se quiere ingresar a un recinto. ¿Quién es por antonomasia el paraíso, cuya imagen humana más perfecta es la Virgen María? Es Cristo, el Redentor. María es por su "sí" el acceso a Cristo; ella es la puerta a Cristo en nuestra vida. Si queremos conformarnos según Cristo y conformar el mundo según Cristo, entonces la Santísima Virgen debe volver a dar su "sí". El ideal ―con esto tenemos una nueva formulación― dice así: queremos ser criaturas del paraíso y puertas del paraíso.

María: la Inmaculada

Tiempo atrás se encontraron en Roma un teólogo católico y un ateo, un panteísta. Entablaron conversación y, de pronto, el panteísta comenzó a hablar sobre las verdades católicas; en particular, sobre los dogmas católicos, deteniéndose en la imagen de la Inmaculada. Reverendo Padre  ―le dijo― si yo pudiera creer y aceptar el credo cristiano, lo haría sobre todo por la imagen de la Inmaculada. El teólogo preguntó asombrado qué relación existía entre lo uno y lo otro. Obtuvo la siguiente respuesta: Padre, yo he viajado mucho por todo el mundo. Lo conozco, y sé también cuán inmundo es el torrente de pecados que lo atraviesa. Ustedes, los católicos, miran a la Virgen María, la alaban y la ensalzan como la criatura paradisíaca, como el ser humano íntegro. Esto significa para mí una distensión interior: aún existe una persona ―aunque sólo sea una― que encarna el ideal del ser humano. ¡Deo gratias! A pesar de mis horrendas experiencias de otro tipo, nuevamente puedo creer en el ideal del hombre.

Mis queridos fieles, esta es la enseñanza de San Pablo. Aplicando a la Santísima Virgen su concepción del hombre nuevo, tenemos que ella es, por antonomasia, "en Cristo Jesús" el inalcanzable e insuperable ideal de hombre conformado según Cristo y que conforma también el mundo según Cristo.
Llevemos con nosotros esta pequeña gotita de verdad a la vida diaria e hincándonos ante la imagen de la Inmaculada recemos nuevamente:

Aseméjanos a ti y enséñanos
a caminar por la vida tal como tú lo hiciste:
fuerte y digna, sencilla y bondadosa,
repartiendo amor, paz y alegría.
En nosotros recorre nuestro tiempo
preparándolo para Cristo Jesús. (H.P. est. 609).

(Tomado de “Aseméjanos a tu imagen”, Plática del Padre Kentenich del 16 de diciembre de 1962 – del archivo digital del Instituto de Familias de Schoenstatt)

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